viernes, 5 de febrero de 2016

Terapia



"Terapia"



 


Me miré al espejo; lo saqué de su falsa escuadra, pero otra vez volvió a hamacarse y quedó torcido. Con los dedos crispados me peiné grotescamente el cabello húmedo. Bajé después las escaleras. Me detuve casi en la puerta antes de salir. "No sea que salga corriendo y me lleve por delante a la vieja que está  barriendo la vereda".
La claridad de la mañana entraba por los vidrios. Detrás de esa puerta, ¿estaría todavía el infierno? El infierno lleno de ruidos, harto de seres caminantes sin destino; con bocinazos impertinentes y las imprecaciones odiosas de los conductores.
Aspiré hondo y contuve el aliento, como haciendo el silencio necesario para confirmar que todo sería como cualquier otro día, luchando con cada quien buscara, como yo, enfrentarse a la selva diaria de pegajoso y húmedo smog y del insoportable hedor del combustible volátil. El recordar solamente el olor me hizo llevarme instintivamente la mano al bolsillo trasero del pantalón. Allí tenía dos pares de pañuelos, como para usar de mascarillas anti-smog.
Y pensar que a pesar de todo, ¡tenía que salir! La impiedad de la rutina era una orden imperante, la que me daban el último empujón para decidirme a posar la mano en el picaporte y abrir el zaguán. Otra vez inspiré profundo, como si acaso dentro de casa tuviese el último almacenamiento de aire incontaminado, y como un valiente más, me sumergí en la claridad del día.
Miré alrededor. La vista se me perdió en la amplitud de la barranca y después se regocijó, perdiéndose en la inmensidad del mar. Apenas si la brisa me trajo los gritos de las gaviotas.
Una vez más sonreí triunfante. Nada mejor que imaginar, un minuto antes de salir, lo que sería vivir de otra manera, para valorar la simpleza de mi vida común.


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