sábado, 6 de febrero de 2016

Un Borges que se acercó a Fray Bentos...


Borges es un metafísico andante. Un caballero perdido en las locuras del espacio y del tiempo; no importa qué o cual tiempo. Porque para Borges metafísico, pensar en el tiempo era imaginar el meollo incomprensible de un punto que puede contener todo, sin ser nada.
Así se comporta en sus relatos; en la mayoría de ellos por cuando no todos los he leído. Juega con el concepto mundano, humano y personalizado que el hombre le da al tiempo… Y pretende esconder en los vericuetos de sus escritos, la verdad inmanente de que el tiempo es una mentira; es un invento para poder comprender que la misma cosa que fue ayer, puede seguir siéndolo ahora y quizá mañana.


A Borges no le interesaba para nada el concepto de fecha como la que encierra determinado momento para fijar una situación o un acontecimiento. Es como si su filosofía hubiese sido agnóstica desde el punto de vista de la cronología. Y trata de hacernos entender esta verdad metafísica haciéndonos regresar a releer párrafos donde, precisamente, las fechas nos causan desconcierto y nos hacen perder el hilo de la comprensión humana apegada, acostumbrada y sometida al anacronismo de las cronologías.


Y precisamente, para que entendamos, de ser ello posible, que alguien nos miente literariamente en todo momento y nos lleva hacia situaciones similares para hacernos creer que el tiempo es una rueda real, tan exactamente circular que tozudamente nos presenta las mismas cosas después de pasado un lapso. Y nos hace repetir las consabidas frases de “la vida es una rueda… lo que pasó ayer se repetirá”... hasta hacernos meter en el hueco intangible, irreal de la metafísica para hacernos decir también: “lo que es arriba es abajo y lo que es abajo es arriba”. Al decir del escritor Mario Noya en una breve nota: "Borges hace alardes de erudición y pergeña sus celebérrimos textos trampa: comentarios exhaustivos, por ejemplo, de libros que no existen o relatos que juntan y revuelven lo real con lo ficticio.".

¿Es acaso posible asegurar que Jorge Luis Borges estuvo en Fray Bentos? ¿Podemos destripar su prosa para encontrar rastros? ¿Son acaso las alusiones al cronométrico Funes y la vaguedad de unos mosaicos de un piso de una casa perdidos en el recuerdo justificaciones suficientes? En el caso de Borges, me imagino que es imposible.
Juega con su interpretación de la metafísica y el tiempo, precisamente, es su gran ayuda para que las remembranzas, los pasajes nunca olvidados de sus lecturas de los enormes libracos de la biblioteca de su padre, hagan sobrevuelos mágicos de golondrinas creativas a la hora de escribir sus relatos y cuentos.

Así como el punto microcósmico puede contener el universo, así el último punto de su frase creativa puede obligar a un universo de recuerdos quedar inmersos en un pequeñísimo, inescrutable e insignificante lugar de la tierra donde se le antojara situar a sus personajes… punto que quizá no exista.

Pero el caso de Fray Bentos sí es un punto geográfico real. Y un sitio que, sin lugar a dudas, formó parte de su niñez. Antes que nada, gracias a una carta que escribe Borges a su amigo Enrique Estrázulas, sabemos de su origen “fraybentino” en un lugar muy concreto como era “la quinta de Los Laureles”, una verdadera mansión propiedad de la Compañía Liebig´s situada a poco menos de dos kilómetros del establecimiento, donde vivieran los familiares directos de su madre. Este preciso lugar era una preciosa mansión cercana al predio industrial de ese ejemplo mundial de la perplejidad cuando nos referimos a la gran cantidad de alimentos que se prepararon allí para alimentar a la Europa en conflictos. Allí vivió el que fuera presidente de Uruguay, don José Batlle y Ordóñez cuando cumplió sus funciones de Jefe Político de Rio Negro entre 1890 y 1895.
Borges, por parte de madre, tuvo una relación muy cercana a la República Oriental y más concretamente al Departamento de Río Negro. Su mamá era hija de Isidoro Acevedo Laprida casado con Jacinta Martínez de Haedo Soler.

RASTREANDO AL BORGES DE FRAY BENTOS. 

 Para ello transitemos por dos de sus obras donde nos menciona. En el caso de “Funes el memorioso” es un ejemplo de la imposibilidad de la mente humana de subsistir sin darse un baño de olvido diariamente. La rebeldía de un cerebro trabajador, incansable, productor de sueños, elucubrador de imágenes del futuro y ayudante en la planificación de la vida del hombre, lleva a esa máquina maravillosa a absorber absolutamente todo lo que los sentidos nos traen, aunque con la nata inteligencia de ir olvidando cosas. Es como si cada persona tuviese un mandato especial que le aplica filtros a los acontecimientos, a los nombres y a las situaciones. Pero tanto como habemos quienes olvidamos hasta las fechas de aniversarios o sucesos otros son alabados por lo que se llama memoria prodigiosa, atesoranolos a través de los años.
Tal cual, los recuerdos, conocimientos y vivencias se quedan viviendo en quién sabe cuáles recovecos y pliegues de nuestro cerebro, detrás o debajo de un manto que llamamos olvido. Pronto, y cuanto más ancianos seamos mejor lo comprobaremos, notamos que nada de eso se ha perdido. Todo surge como las golondrinas que aparentemente solitarias inician de nuevo otro día, sin necesidad de recordar levantar vuelo todas juntas como cuando bajaron para dormitar.

Algunos autores reconocen que “Funes, el memorioso" es un verdadero homenaje de Borges a un gran amigo y considerado por él mismo como su mentor, don Alfonso Reyes, poeta, ensayista, narrador y pensador mejicano de quien Borges reconociera en una oportunidad que : “… la memoria de Reyes era virtualmente infinita y le permitía el descubrimiento de secretas y remotas afinidades, como si todo lo escuchado o leído estuviera presente, en una suerte de mágica eternidad. Esto se advertía, asimismo, en el diálogo."

Quizás aquí reside el origen del cuento, según responde al periodista Raul Burzaco en junio de 1985 en el último reportaje televisivo a Jorge Luis Borges, realizado en los estudios de ATC. Borges recordó que el cuento lo escribió en una desesperada noche de insomnio, de las que padecía con harta frecuenia. Su situación personal le hizo recapacitar sobre la desesperación de no poder olvidarse de su cuerpo, de la habitación del hotel, ni de las campanadas de la iglesia cercana para poder dormirse. Así, pensó: "Qué terrible sería el caso de un hombre que no puede olvidar... un hombre abrumado por una memoria infinita. "
Y Borges elige un punto del macrocosmos como lo es un pequeño pueblo perdido en una pampa de cielo y verde, para hacer vivir allí a su “cronométrico” personaje: Irineo Funes.
Pero dejemos asentado algo: nos confunde desde el principio. El genio nos cuenta: “Mi primer recuerdo de Funes es muy perspicuo. Lo veo en un atardecer de marzo o febrero del año ochenta y cuatro. Mi padre, ese año, me había llevado a veranear a Fray Bentos. Yo volvía con mi primo Bernardo Haedo de la estancia de San Francisco. Volvíamos cantando, a caballo, y ésa no era la única circunstancia de mi felicidad. Después de un día bochornoso, una enorme tormenta color pizarra había escondido el cielo. La alentaba el viento del Sur, ya se enloquecían los árboles; yo tenía el temor (la esperanza) de que nos sorprendiera en un descampado el agua elemental. Corrimos una especie de carrera con la tormenta. Entramos en un callejón que se ahondaba entre dos veredas altísimas de ladrillo. Había oscurecido de golpe; oí rápidos y casi secretos pasos en lo alto; alcé los ojos y vi un muchacho que corría por la estrecha y rota vereda como por una estrecha y rota pared…”

¿ES ESTE EL FRAY BENTOS DE BORGES ?

Jorge Francisco Isidoro Luis Borges Acevedo, había nacido en Buenos aires el 24 de agosto de 1899. De manera que sólo en su fértil imaginación y para hacer una contraposición con la exactitud cronométrica de Funes, él mismo se puso como personaje en un momento para nada exacto de su propia cronología: se colocó en el escenario de Fray Bentos cinco años antes de su gestación. Aunque debemos disculpar su impericia estudiada y para nada mal intencionada: realmente Borges había sido gestado por sus padres en Fray Bentos, en el mismo lugar donde viviera la imaginaria madre de Irineo Funes.

(Mi primo) “Me dijo que el muchacho del callejón era un tal Ireneo Funes, mentado por algunas rarezas como la de no darse con nadie y la de saber siempre la hora, como un reloj. Agregó que era hijo de una planchadora del pueblo, María Clementina Funes, y que algunos decían que su padre era un médico del saladero, un inglés O'Connor, y otros un domador o rastreador del departamento del Salto. Vivía con su madre, a la vuelta de la quinta de los Laureles…”

Algunos elementos, mirados desde la perspectiva de un habitante de Fray Bentos, aparecen tales y cuales vivencias o conocimientos personales de Borges. La referencia en "Funes, el memorioso": "Entramos en un callejón que se ahondaba entre dos veredas altísimas de ladrillo" no es literalmente un elemento del paisaje local; ni actual ni que lo tengamos reconocido en el pasado de la ciudad. Pero sí puede ser producto de una impresión que les aseguro es grande, cuando se ha transitado por el enorme "camino de las tropas", un corte de más de un kilómetro de largo en la barranca que el saladero Liebig había marcado como una profunda cicatriz en la tosca para facilitar llevar los vacunos desde la Estancia "La Pileta" hacia los corrales. Por momentos, el corte fue tan profundo que asemeja una especie de impresionante desfiladero hecho a pico y pala, camino que usualmente se utilizaba para ingresar al saladero sin cruzar por el caserío de Fray Bentos.

LA VIDA BUCOLICA DEL FRAY BENTOS DEL 900. 

La familia de Borges debió partir en 1914 hacia Europa y recién regresaron hacia 1922 directo a Buenos Aires, cuando Jorge Luis tenía 22 años. Por tanto, si presumimos que las experiencias de las visitas con sus padres a Fray Bentos fueron anteriores, nos encontramos con un chico cuya edad infantil recibiría las vivencias con real impacto como "la aventura" de haber ido y regresado a caballo hasta la estancia San Francisco, propiedad de los parientes Haedo.
Como parte de su relato, Borges dice haber visitado Fray Bentos en dos oportunidades, aunque quedamos con la sana duda si acaso ello haya sido otro subterfugio literario como los años de esas visitas.

Deducimos, pues, que Borges fue traido por sus padres a Fray Bentos antes de cumplir sus 14 años. No podemos alejarnos de una escena familiar propia del Borges párvulo con su abuela inglesa Fanny Haslam, contándole las cosas impactantes de donde sus propios padres le habían engendrado: las historias que parecerían mentiras y elucubraciones basadas en lejanas leyendas propias del reducto británico de fama mundial en que se había convertido ya para la primera década del 900 el establecimiento Liebig´s de Fray Bentos. Solamente abrir los enormes e impresionantes libracos de The Illustrated London News o The Cornhill Magazine era suficiente como para hacer volar la imaginación por una tierra -que parecía tan lejana pero que en realidad estaba muy cerca- donde miles de vacunos se convertían en un santiamén en caldos para sopas que alimentaban soldados o que servían de maravilla para que un ama de casa ataviada no precisamente para el ámbito culinario, se convirtiese en una experta cocinera con sólo diluir una mágica tableta "elaborada con las mejores carnes de las pampas sudamericanas" al decir y escribir de Julio Verne en su novela "Au détour de la lune".

Es por ello que, aún sin haberlo pedido, debe haber sentido el joven Jorge Luis una agradable sensación de "meterse" en ese ámbito de un "Fray Bentos" que debería haber estado, previo al viaje,embebido de historias y relatos que le impresionaron.
Si con apenas seis años demostró su vocación escribiendo una fábula sobre la base de algunos párrafos de El Quijote de la Mancha que le resultaran convocantes, parece creíble que sus experiencias de viaje hubiesen sido usadas para introducir en la "melange" en que convertía cada una de sus creaciones literarias. Y en Fray Bentos, vaya si había estos impactos cuya introducción aunque fuese velada, no hemos podido descubrir en otros ejemplos que no fuesen "Funes, el memorioso" y "El Aleph". No hallamos otras referencias, ni siquiera indirectas, a un paisaje como el de la fábrica de Fray Bentos en las obras de Borges pero no dudamos que sus visitas a Fray Bentos en su niñez y pubertad fueron reales.

Si acaso la referencia que coloca pasajeramente en "El Aleph": "vi en un traspatio de la calle Soler las mismas baldosas que hace treinta años vi en el zaguán de una casa en Fray Bentos, " quizá pudiésemos opinar que como este relato es de 1949, la referencia nos llevaría al autor visitando la ciudad de Fray Bentos hacia 1919, pero como en esa época ya estaba en Europa, debemos retrotraerlo antes de 1914. (Si acaso, valga la salvedad, que en este caso Borges no estuviese también "jugando" con el tiempo!).
No sería difícil conjeturar sobre cómo estas cortas visitas a Fray Bentos habrían motivado a Borges, porque éste era un ambiente tremendamente distinto al de cualquier ciudad o ambiente citadino. Un referente para la industria regional, como lo era el establecimiento de la Liebig´s Company, seguramente tenía un formato rural, aunque cercano a donde había un movimiento inusual. No precisamente era una estancia del interior; tranquila y sin ruidos; miles de vacunos eran traidos desde los campos del interior, azuzados por los troperos que al final de su tarea dejaban las tropas en los bretes prontas para un breve descanso antes de ser llevadas al matadero.

Muy difícil sería sustraerse, no obstante la Quinta de Los Laureles estaba a unos dos kilómetros de distancia, de los gritos de los peones, de los mugidos de tantos animales y del estremecer de la tierra que temblaba por acción de las pezuñas levantando espesas neblinas de polvo amarilento.

Pensamos que quizá hasta haya tenido Borges la oportunidad de participar de la tradicional "romería" que la Sociedad Cosmopolita de Socorros Mutuos organizaba durante tres días y dos noches en verano, con permiso expreso de doña Flora C. de Young para usar el terreno exactamente contiguo a la Quinta. Sus padres vacacionaban en los meses de verano y precisamente en diciembre las barrancas contra el río Uruguay se poblaban de colores y una muchedumbre heterogénea se agolpaba para disfrutar de la fiesta.

Sin duda que habrá mucho para conjeturar. El propio Borges nos anima desde el misterio de sus párrafos, donde parecen escondidos recuerdos y remembranzas de un niño de enorme fertilidad en su creatividad literaria y que si en sus sueños habría dejado pasar por alto las imágenes de este pequeño pueblo uruguayo donde sus genes se compaginaron durante la luna de miel de sus progenitores...

Cuando se casaron sus progenitores, Jorge Guillermo Borges, su padre, llevó a su esposa Leonor Rita Acevedo y Suárez a Fray Bentos, ya que en la "Quinta de Los Laureles" residían familiares de la familia Haedo. Allí, en abril de 1898, aún en meloso período de luna de miel, ambos engendraron su primer vástago.

De allí y por la rama de su bisabuela, Borges forma parte del árbol genealógico iniciado en América por Francisco Javier Martínez de Haedo, casado con Micaela Bayo Baccaro, el primer gran terrateniente del actual territorio uruguayo cuando hacia 1750 utilizó un dinero que le debía la Corona para adquirir tierras de una extensión tal que abarcaban el territorio donde actualmente están los departamentos de Paysandú y Río Negro.
Es como cuando, perplejos, vemos cómo unas pocas golondrinas pronto son muchas y tantas que tapan el cielo y se agolpan en una vorágine circular que las asemeja a un torbellino de agua yéndose por el aguajero negro de un vertedero. Todas las vivencias y lo que ellas nos resucitan, terminan siendo precisamente esa nube oscura de plumas que se amontonan en pocos árboles cuando llega la noche… para al alba siguiente insertarse de nuevo en el firmamento diáfano. 

No es casualidad. Es una causalidad. Un ejemplo tan realista como lo es el problema de la memoria, merecía un espacio real y Borges no escatima algunos detalles de una ciudad real como lo era Fray Bentos para dar el ámbito específico para su relato. Nombre de ciudad que aunque no la hubiese visitado jamás, sus padres la tendrían como un hermoso recuerdo, porque en ella lo habían engendrado a él... 

La pequeña población de Fray Bentos también estaba cercana. No necesariamente "a la vuelta de la quinta de Los Laureles" como Borges le fija el domicilio la madre de Irineo, su famoso personaje del cronométrico Funes.











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