miércoles, 11 de enero de 2012

67 AÑOS NO ES NADA.... En un fin de semana caluroso de diciembre de 2011, dos mujeres caminaban bajo el sol abrumador y desafiaban a la hora de la siesta tan característica de Fray Bentos. No les importaba la canícula porque cada imagen que iban descubriendo mientras caminaban en  las intrincadas callejuelas del barrio ANGLO, les hacía volver hacia la frescura de los primeros años de vida, cuando ambas nacieron y vivieron allí.
Debería decirse que más de medio siglo de imagenes amontonadas en tan pequeño espacio geográfico podrían ser insignificantes en la memoria, pero, por el contrario, cada rincón, cada casa, cada paisaje, hizo olvidar a Daisy Doverton y a su hermana el calor veraniego, para abrir el mágico cofre de los recuerdos, más de sesenta años después que sus padres abandonaron Fray Bentos y se fueron a Buenos Aires, llevándolas consigo y desaprendiéndolas de aquél idílico lugar donde el Frigorífico ANGLO preparaba las comidas para los soldados de la Segunda Guerra Mundial.
Me entusiasma la idea de hacer una mini novela con esto, pero para qué hacerlo si la propia Daisy se apropió de cada uno de los destellos que iban surgiendo en su memoria, para plasmarlos en un delicioso, emocionante y emotivo relato.

Es para ustedes...
Fray Bentos 1935-1944
Sra. Margarita Holroyd Doveton

1. Mi casa en el Barrio Anglo: El Paisaje

Nací y viví hasta los siete años y medio en el Barrio Anglo.  Ocupábamos una de las casas que, sobre la barranca frente al río y  pasando el puente, demarcan el principio del barrio. 
El puente era el comienzo del camino al centro de la Ciudad, era la salida de nuestro territorio y lo cruzábamos siempre de la mano de Mamá o de alguna de las empleadas de casa, porque casi todas nuestras actividades se desarrollaban dentro del barrio.
 Hacia el otro lado, el límite era el portón del Frigorífico,  pasando el Club Social Inglés donde estaba la escuela,  distancia que me parecía larga cuando era chica y que después comprobé que no pasa de doscientos metros.
 Por el fondo, la casa tenía un portón que salía  a la calle de atrás, camino al Golf Club por donde algunas tardes solíamos salir a caminar con Mamá.  Las calles eran de tierra, como todas las del barrio, y estaban bordeadas de cardos e hinojos.
 Por el frente,  era el río nuestro paisaje cotidiano; siempre estaba allí, como telón de fondo para nuestros juegos.  Desde la cerca de alambre que limitaba el jardín, veíamos las aves acuáticas volando y posándose sobre el agua, y, en los días claros, la costa azul y lejana de Gualeguaychú,  con sus casitas, sus molinos de viento y, a veces, el resplandor de un incendio o de una quema de matorrales; hoy ya no se ve, las islas que se formaron mucho después en medio del río, no lo permiten.  Bajé, en este último viaje, a la costa frente a la casa: hay todavía una minúscula playita como aquélla donde no nos dejaban entrar por miedo a las rayas que tomaban sol en la orilla; y hay también  pinos, como había entonces, cuando mi padre cortaba todos los años una rama para armar el árbol de Navidad.
Curiosamente, no recuerdo haber visto barcos navegando por el río, quizá no pasaban por ese lado o talvez no les prestaba atención.  Tampoco me acuerdo de haber visto pasar, desde casa, el vapor de la carrera camino a Buenos Aires, a pesar de haber viajado en él varias veces en nuestras vacaciones, embarcando en el puerto de Fray Bentos en el Luna y transbordando en medio del río.

2. Los trabajadores del Anglo

La potente sirena del Frigorífico marcaba, por la mañana y por la tarde, la hora de entrada para los empleados y obreros.  En época de clases,  acompañaba a mi padre en el recorrido hacia su oficina; él me dejaba en el edificio de la escuela y desaparecía enseguida tras del portón de entrada del Anglo junto con otras personas que hacían el mismo obligado camino.  Durante las vacaciones de verano, enseguida de almorzar, teníamos permiso para salir a jugar; entonces podíamos ver, desde el jardín, a los chicos que llevaban la vianda del mediodía para sus padres o parientes que almorzaban dentro de los límites del establecimiento.  Recuerdo muy bien los recipientes que contenían la comida porque no volví a verlos en otra parte: eran enlozados, tenían dos o tres pisos y una manija que cerraba el conjunto; me acuerdo también, de que, muchas veces, estos chicos nos pedían que les arrojáramos naranjas de un árbol que había en el jardín, cosa que no podíamos hacer sin ayuda de los mayores porque no alcanzábamos a cortarlas.

3.  Los ingleses y los criollos

Ahora que lo pienso,  no sé si puedo describir como era la relación entre unos y otros.  Supongo que el idioma, junto con las distintas costumbres, constituían en principio una barrera.  Mi familia, en ese sentido, estaba un poco a caballo entre las dos comunidades.  Mis padres eran ambos argentinos y, aunque Papá era hijo de ingleses,  los antepasados de Mamá eran todos de origen latino y, por lo tanto, ella tuvo que inscribirse en la Cultural para aprender inglés y así poder desenvolverse mejor.  Recuerdo que  adquirió una enorme tetera, que todavía conservamos, para cuando invitaba a las señoras inglesas a tomar el té y que también, en esas reuniones, solían tejer ropa de abrigo para enviar a los soldados en el frente.
Mi padre, por su parte, era socio del Club Argentino de Fray Bentos, de modo que  ellos asistían tanto a los bailes del 25 de mayo como a los del Anglo a fin de año en La Estrella.
 Tenían una pareja de amigos uruguayos (no del Anglo) que vivían en el centro (no sé  donde ni cuando se conocieron)  y que eran los únicos que compartían con nosotros la Nochebuena ya que los ingleses no acostumbraban a cenar tan tarde. Con ellos también íbamos de picnic a La Barra porque tenían auto; así como con un matrimonio anglo-argentino: los Gordon a quienes volvimos a ver ya en Buenos Aires.
En cuanto a los chicos,  alternábamos con los que vivían más cerca y, más tarde, con los compañeros de la escuela.  Quizá en los juegos empleábamos tanto el idioma inglés como el castellano, pero no lo tengo claro.  Todos ellos eran inevitablemente invitados a nuestros cumpleaños, a la vez que nos invitaban a los suyos.  Había además un par de amigas de origen no británico a quienes visitábamos, y también invitábamos a casa porque vivían en el barrio y, posiblemente, los padres trabajaran con Papá,  pero que, como no concurrían a nuestra escuela, tampoco participaban de las reuniones para chicos que se hacían en el Club Inglés, ni de otros cumpleaños que no fueran los nuestros.

4. La ciudad de Fray Bentos

De la ciudad, recuerdo muy bien haber ido a La Cooperativa  así como a la tienda Astarita, frente a la plaza, donde mi madre compraba, entre otras cosas, las telas para confeccionar nuestros vestidos, y al cine Stella donde lloré viendo la historia de Bambi, y donde una vez, durante una función en un palco, me quedé con la cabeza de uno de los angelitos de yeso que lo adornaban en la mano y estuve sosteniéndolo sin animarme a decir nada hasta que terminó la película.
Creo que el camino lo hacíamos a pie, aunque ahora que comprobé la distancia, no estoy segura de que siempre fuera así.  Lo que sí recuerdo es que cruzábamos el puente y que, a veces, nos acompañaba Maruja, la empleada de casa.  También que había un taxi, el de Cassareto, que nos llevaba al puerto cuando viajábamos a Buenos Aires y una vez al hospital, cuando me caí de la bicicleta y me hice un tajo hondo en la frente que hubo que coser.  Me pregunto cómo era que llamábamos al taxi en caso de urgencia, ya que no había teléfono.
Otras ocasiones en que recuerdo haber ido al centro es en carnaval para ver el corso,  Una vez, para un baile de disfraz para chicos en el Club Argentino, me tocó bailar una ranchera nada menos que con El Zorro, y creo que eso llevó varios días de ensayo.  También me llevaron varias veces, no sé con qué propósito, porque era demasiado chica para la Primera Comunión, a aprender el catecismo con unas monjas.  Nunca voy a olvidar cómo me fascinaban y asustaban las horrorosas estampas del martirio de los santos que aparecían en el libro de la Historia Sagrada que me dieron allí.

5.  El Barrio

Era nuestro mundo: un territorio inmenso sin restricciones para jugar. 
En verano, cuando nos visitaban las tías o mi abuelo, íbamos seguido a la playita del
Anglo;  sin embargo, recuerdo el aburrimiento y la envidia que sentía cuando, los domingos de calor en que no teníamos visitas, veía pasar para ese lado a mis amigos con sus padres, mientras los míos dormían la siesta (costumbre criolla, no inglesa).
Mi padre jugaba al golf los sábados por la tarde, y todavía tenemos algunas copas que ganó.  Nuestro paseo consistía en ir a buscarlo con Mamá cuando terminaba el partido y entonces se nos permitía correr por esa maravillosa carpeta verde de césped, pero, en ocasión de reuniones en el Club, los chicos nos quedábamos en casa a cargo de Maruja.
A la Casa Grande sólo me acuerdo de haber ido una vez, que posiblemente sea la que quedó registrada en la foto.  Lo que no sé es cuál era el motivo de la reunión, sólo sé que estoy casi segura de que fuimos con Mamá, a pesar de que no aparece en la foto con las otras madres.

6. Mi Padre

Se llamaba Eduardo Holroyd-Doveton  (conocido como Mr.Doveton o Davton según la pronunciación inglesa)
Empezó a trabajar en el Anglo, en Buenos Aires, a los 16 años como cadete, no porque su familia lo necesitara, ya que su padre tenía un puesto alto en el Ferrocarril. Papá siempre contaba que mi abuelo, cuando se enteró de que él no quería continuar en el colegio, decidió que entonces debía ganarse la vida y le consiguió el puesto por intermedio de su amigo Mr Willet.  Pasó después a la parte administrativa y, poco antes de casarse, consiguió el traslado a Fray Bentos con el puesto de cajero principal, lo que le significó un buen ascenso.  Permaneció en el cargo a lo largo de todos los años de su estadía allí y se ganó el respeto y la consideración de sus jefes y de todos los trabajadores a quienes, por supuesto, les pagaba el sueldo todos los meses y/o quincenas.  Ya en Buenos Aires, ocupó el mismo cargo en CIABASA, filial del Anglo, pero siempre añoraba la época de Fray Bentos.  Se jubiló en la empresa a mediados de los años 70, como Jefe de Compras.
Fue muy emocionante descubrir, en nuestra visita de este año al Museo,cuál era su oficina y que estaba intacta, incluyendo la calculadora Frieden que él usaba; estoy segura de que también, en los viejos libros de contabilidad, figuran anotaciones suyas.
No sé si en ese entonces comentaba algo sobre su trabajo, supongo que sí, pero los chicos no participábamos de las conversaciones de los mayores, preocupadas como estábamos por terminar el almuerzo y salir a jugar.

7-8 . La Escuela

Los hijos de los socios del Club Inglés íbamos todos, desde los 5 años, a la escuela de Miss Cafferky, que funcionaba en la sede del Club.  Si no me equivoco, el aula estaba en el salón grande, a la izquierda de la entrada; en esa aula teníamos cabida todos los chicos y la maestra se las arreglaba para dictar clases a los distintos grupos según la edad y, por supuesto, solamente en inglés.  De modo que, como en casa no se hablaba ese idioma, fue, según me contaron,  Mrs.Widd, la vecina de la casa de al lado (la última a la derecha), la encargada de enseñarme a hablarlo.  A ella, y más tarde a Miss Cafferky, debo el haber incorporado el inglés casi como lengua materna, lo que me resultó de mucha utilidad a lo largo de mi vida
Los recuerdos de esos tres años de escuela son muy vívidos; pero además conservo muchos de los textos que usábamos para lectura.  Todos los libros tienen escrito el año en la primera página,  así que es muy fácil clasificarlos.  Los de los primeros dos años contienen cuentos infantiles en prosa y en verso, algunos basados en historias de la mitología; del tercero tengo tres: uno de geografía que explica los accidentes geográficos; otro de historia que empieza con Babilonia y la escritura cuneiforme y termina con las cruzadas y uno más que habla de arte y literatura; todos escritos en un lenguaje sencillo y ameno, con maravillosas ilustraciones y empleando recursos como diálogos, fábulas o versos.
No sé si lo que aprendíamos coincidía con los programas de las escuelas públicas, a las que, por otra parte, no tuvimos dificultad en incorporarnos al llegar a Buenos Aires; más bien me parece que la diferencia estaba en el enfoque de la enseñanza, que iba de lo universal a lo particular y/o nacional.  Lo cierto es que lo que aprendí en esos años permaneció imborrable y  fue una excelente base para mis estudios posteriores.
Miss Cafferky le daba también gran importancia a la música.  Había en el Club un piano con el que ella acompañaba las canciones que cantábamos: algunas eran de tipo religioso y eran las que entonábamos antes de entrar a clase;  pero también había otras tradicionales o basadas en poemas de poetas ingleses como Stevenson, Kipling o Shakespeare, lo sé porque la letra de cada una está anotada en un viejo cuaderno que también conservo.  Hay además algunas referentes a la guerra que tenía lugar en esa época, y así figuran “Marching through Georgia” y una canción muy curiosa, que seguramente tomaba la tonada de otra, y que habla de una campaña que se realizaba en Olivos para juntar fondos para un Spitfire (¿?) nada menos.
No conocí la escuela Nº3,  los chicos de mi edad y un poco mayores concurríamos  la escuela inglesa, pero puede ser que los más grandes terminaran allí los estudios primarios y/o empezaran el secundario.

9.  Los productos del frigorífico

No era habitual  que en casa se usaran los productos envasados que se fabricaban en el Anglo,  porque tanto en Uruguay como en Argentina, los productos frescos no escaseaban, por eso seguramente tampoco se hablaba de su fabricación.  De hecho, , nunca había visitado la fábrica  hasta ahora ya que, si atravesábamos los portones de entrada, era solamente para ir  a la playa, nunca más allá.

10. La comunidad inglesa


Mis padres asistían a las reuniones y recepciones de la comunidad inglesa de Fray Bentos: bailes (alguno de etiqueta: smoking y vestido largo), reuniones a beneficio de la Cruz Roja, torneos de golf, etc.  Ignoro quiénes más estaban presentes, nunca se me ocurrió preguntar, pero supongo que irían, sin excepción, los socios del Club Inglés, que trabajaban en el Anglo  todos los cuales ocupaban cargos jerárquicos administrativos. 
Los chicos nos reuníamos, además de los cumpleaños, para la celebración de actos escolares y sobretodo para la fiesta de Navidad, que merece un párrafo aparte porque era esperada con  impaciencia y emoción.
Tenía lugar el 25 de diciembre por la tarde en el Club, en el salón de clases, adonde concurríamos con nuestros padres no sólo los alumnos, sino también los hermanos más pequeños.  El frente de la chimenea, que todavía existe y a la que le saqué una foto en este viaje,  estaba cubierto con una pantalla de papel que, en determinado momento se rompía para dar lugar a la salida de ¡Santa Claus en persona! 
Santa Claus, entonces llamaba por su nombre a cada uno de nosotros, que avanzábamos temblando para recibir el regalo que sacaba de su bolsa.  Recuerdo haber discutido, durante la merienda que seguía al reparto, con las chicas más grandes, que trataban de convencernos de que Santa era, en realidad, Mr. Scott disfrazado.

11. Las familias

Mirando la foto, que incluyo más abajo, descubrí con sorpresa que recordaba los nombres de todos mis compañeros de la escuela de Miss Cafferky (en la foto: de blanco, centro, arriba).
Ellos son los que están en  la hilera de abajo , de izquierda a derecha: mi hermana y yo y, entre ambas,  Rona Spry,  Sheila Spry, Bobby Bowie, June Judson (de rodillas), Ann Hodge, Eric Wilson, Patsy y Sheila Scott, Marjorie y Jean Fogg.  Hay alguien que no está, es Helen Markhram.    En la hilera superior están las madres y hermanas mayores, entre las que reconozco sólo a Mrs. Spry y a Mrs.Wilson, nuestra vecina.


Sra. Margarita Holroyd Doveton

PS. Publiqué en Internet las fotos del viaje, puede verlas en: www.picasaweb.google.com/daisydoveton, el álbum se llama "Fray Bentos 2011"

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