miércoles, 20 de febrero de 2013


El ultimo viaje
(Cuento de René Boretto)

Estaba recién inaugurada la línea del ferrocarril entre Algorta y Fray Bentos. Eran los primeros años del siglo y los ramales se extendían diariamente, desparramando una telaraña de rieles que tapizaban los campos otrora limpios y plenos de verdor.
La “moderna” máquina alemana de 1898 hacía esfuerzos livianos porque el ramal corría por encima de la cuchilla de Haedo y raramente se encontraba con pendientes difíciles. Desde los campos agrestes llenos de piedras hasta las barrancas coloradas, añosas e imponentes que desafían al Río Uruguay desde hace milenios. Tres veces por semana. Todas las semanas del año.
El principal motivador de estos viajes era el saladero Liebig. En esos días de 1915 se trabajaba fuerte por aquello de la guerra en la Europa, sabe? Y el ferrocarril Middland era el principal medio de transporte, porque los caminos eran en su mayoría intransitables. Los trescientos kilómetros desde Fray Bentos hasta la capital, Montevideo, requerían de una semana, tal como si se continuara aquella época de diligencias que debían renovar caballos frescos cada cinco leguas. Los arroyos, crecidos, no necesitaban de las lluvias del invierno para salirse de madre y cortar reiteradamente las carreteras que muchas veces eran caminos, si no senderos, vergonzosos por no poder cumplir con su cometido de comunicar a los pueblos.
Entonces el ferrocarril era el dueño de todas las situaciones. Era el preferido de los estancieros para hacer llegar a los saladeros o para despachar desde los puertos, las exportaciones para la hambrienta Europa que se desangraba en la inútil guerra. Como contrapartida, quienes podían, escapaban de las masacres y de la intimidación del suceso y lograban cruzar los océanos para buscar la tranquilidad y la paz de la mano del trabajo rural.
También los lentos pero seguros vagones eran los preferidos por los gallegos, por los italianos, por los piamonteses y por los búlgaros que abarrotaban los puertos con sus esperanzas recién depositadas en suelo uruguayo. “Hacer l´América” como dirían los itálicos. Y se encaminaban en largas filas desde los galpones de la Oficina de Inmigración hasta la Estación Central, en Montevideo, para diseminarse atiborrando trenes por los campos orientales en busca de la tierra prometida.
Y allá fui también yo a parar, como fiel perro que soy, siguiendo por instinto a un grupo de inmigrantes que se esforzaba por comunicarse en sus nativos acentos, encontrando la solución en el compañerismo y apoyo mutuo, rodeando fogones en las frías noches, esperando en la descampada Estación Young que alguien les diera un “conchabo”.
Young había comenzado a poblarse como la mayoría de los pueblos uruguayos: al lado de la estación del Middland, forzando la creciente población la instalación de una escuela y de una consabida pulpería donde se juntaba toda la peonada de los alrededores para departir amenas tertulias, crear ruidosos campeonatos de truco o llenar los patios traseros de polvo levantado por los bailes de rancheras y chamameses correntinos donde chinas y peones encontraban su compañía mutua.
Trabajo había de sobra, por cuanto los estancieros llenaban vagones, uno tras otro, de animales para el saladero Liebig, sobre las costas del río Uruguay y allí iban a parar esos europeos cansados de tanto sufrimiento y atiborrados de esperanzas, a ver si podían cumplir el sueño de traer, tras de su derrotero, a sus familias sufrientes que quedaron allá atrás.
Por simpatía nomás me pegué a las bombachas anchas y a las botas de potro rotosas de un viejo arriero de añosa piel arrugada y manos callosas y deformes. Lo seguí a todos lados con su consentimiento y compartí las desazones de los tantos “no hay trabajo, viejo” que recibía, plagando de noches de insomnio y de hambre, aplacada de vez en cuando por la solidaridad de otros que con más suerte habían conseguido trabajo.
Hasta que una madrugada, fría como la mierda, me invitó a subirnos de callados a uno de los vagones. Pagaríamos la osadía de no pagar pasaje con el peligro de compartir con los novillos ariscos las horas de viaje, pero grande fue la sorpresa cuando ya dentro del cubículo, estuvimos rodeados de pavos, centenares de ellos, que hacían su último viaje, como los vacunos del resto de la carga.
En medio de un “traca-traca” ensordecedor de las ruedas pisoteando vías hacia el saladero, como si los ruidos de los pavos no fueran de por sí un suplicio, mi compañero de viaje me contaba: “Los pavos también forman parte de lo que vende la Liebig. Bicho que llega al saladero lo mandan enlatado pa´las Europas “.
En poco rato de escuchar, don Facundo –así se llamaba el arriero- se explayó en su charla, y salieron a relucir las peripecias de su vida llena de paisajes de campos vacíos, de montes achaparrados y de mugidos de los animales que arriaba para ser sacrificados.
Desde la última estación del ferrocarril antes de llegar a Fray Bentos, había que arriar las vacas hasta la estancia “La Pileta”, allá donde la Liebig había encendido un gran fogón en 1864, cuando se creó, y aún continuaba prendido, rodeado constantemente de peones mateando o “tirando un tajo” al asador siempre servido.
El viejo tenía un cariño especial por sus vaquillas y novillos. Había oportunidades, después de varias jornadas, que algunas le resultaban reconocibles y las bautizaba por el sólo hecho de tener a quien hablarle.
“Remolona”, ¡vaca porfiada! ¡Volvé a la tropilla! ¡Qué carajo!
Las miraba a todas y sabía enseguida a cuáles debía prestarle atención. Porque era arisca, porque se quedaba rezagada o porque caminaba defectuosamente. Aprendí pronto a querer a aquel viejo solitario pero conversador que una vez me invitó a salir con él de polizón en un tren de la Middland.
Facundo metía su brazo en el barro de las cañadas para que las sanguijuelas se le prendieran y desde allí las traspasaba a los novillos para que le chuparan la “sangre mala” o para que diluyeran algún hematoma causado por un golpe.
Con la ceniza caliente, mezclada con escupitajos de saliva marrón de tabaco, les aplicaba de vez en cuando un emplasto sobre las heridas agusanadas de los animales, sanándolos como por encanto.
Y a la noche, cuando los ojos se cerraban por efecto del cansancio de tanto ver paisajes repetidos, los mugidos le servían de cántico mágico para hacerlo dormir.

 ¡Don Facundo, siga con la tropa hasta la Liebis, hágame el favor!
El viejo nunca había continuado desde los potreros de la estancia –a unos diez kilómetros del saladero- porque su tarea culminaba allí mismo, dejando a los animales pastar para reponerse de tantas leguas de caminata o acaso ayudando a los peones nuevos a desparramar las tropas entre los potreros que tenían capacidad para treinta y cinco mil vacunos. Por lo demás, antes de emprender el regreso, solía sentarse alrededor del fogón gigantesco, compartía una partida de cartas con el gauchaje, escuchaba y se deleitaba con los rasgueados de las guitarras y los versos fogosos de las payadas o acaso le seguía sin titubeos los roces de las polleras anchas de una china para perderse con ella en lo misterioso de la noche con tantas estrellas como novillos esperando el golpe de los marrones asesinos.
Seguimos con Facundo entonces con nuestra carga ruidosa y polvorienta por el llamado “camino de las tropas”, excavado en las barrancas marrones como si fuese un desfiladero, cuyas paredes retenían los mugidos alargados y tristes como si quienes los producían supiesen que estaban ya al final de su camino.
- ¡Vení Facundo! Vamu´a ver la matanza! –le convidó un veterano tropero, asomándose entre las latas-.
Los gritos de los obreros, los mugidos de las vacas y los golpes de los fierros, eran infernales, rebotando en los techos y en las paredes hasta redoblarse en un bullicio caótico.
Los animales, embretados firmemente, llegaban hasta este último instante de vida azuzados por picanas que los hacían saltar sobre el que los precedía, lastimándoles el lomo con las pezuñas filosas. Y al final, el marronero insensible descerrajaba el martillo grueso y pesado entre la cornamenta, repitiendo una y otra vez el chasquido de huesos deshechos para que uno a uno, los novillos cayeran al suelo mugriento, aún pataleando entre estertores de mugidos lastimeros y lenguas babeando.
Facundo miraba con los ojos asombrados, como si los suyos fueran los glóbulos desorbitados de las vacas mugientes en sus postreros hálitos de vida. De esa vida de campos verdes, de pasturas tiernas y de trotar cansino que les acercaba cada momento hacia la futura vida de carnes enlatadas.
Allí estaban “la rezagada”, “la chúcara”, “la remolona”, “la arisca”, “el cansao” y “el mimoso” que le tocara animar con sus silbidos y gritos para hacerlos llegar más rápido a ese destino de sangre y muerte.
En esos mismos ojos de Facundo vi que se sintió duramente culpable. Soy perro pero seguramente no me equivoco con las personas.
Una cosa era vagar por los campos, al trote de la yegua oliendo el verdor fresco de los cardales y sintiendo a los novillos dependiendo de él y manteniendo una comunión estrecha de vida rural. Otra cosa eran los chorros de sangre oscura que se escapaban echando vapor de los cortes precisos de los “naifes” filosos, que después formaban arroyos negros de líquido pastoso donde resbalaban los pies descalzos de los peones que ayudaban a colgar los cuerpos no inertes en los ganchos de la noria tintineante y ruidosa.
El anciano salió huyendo de aquel escenario de masacre. Embarró sus botas de potro en el mismo barro pisoteado por las vacas del brete que las encerraba cuando venían desde los corrales hacia el matadero.
Perdió su mente y su sentir en el murmullo ahora lejano de la juerga de muerte y aniquilación. Mientras, lagrimeando, restregó el dorso de su mano callosa por las maderas resecas de las barandas de los bretes, lustrosas de tanto roce de cueros empapados en sudores de las arriadas.
Desde lejos lo miré, sumido en esa espantosa soledad. Tomó Facundo las bridas de “Patrona”, su yegua, y me silbó como siempre, para que lo siguiera. Caminó el viejo cansinamente, desganado, apocado, apesadumbrado. La espalda, antes torcida por las miles de leguas sentado en el lomo del caballo, tenía nueva motivación para sentirse aún más dolida.
Cuando las chimeneas del saladero eran ya siluetas, se detuvo un instante y montó. Intentó silbar, pero nada salió de los labios resecos.
Y continuó llorando. En silencio, pero llorando.
“!Vamos, “barbincho”! ¡Qué esperás, carajo!?
Y el horizonte espeso por el calor de febrero, lleno de pastos movedizos y árboles negros, se onduló como espejismo, esperándonos para una nueva arriada...
LA LIBERTAD. Cuando me dispongo a tomar fotos a las aves, no hay "zoom" que valga. Siempre están alertas a cualquier movimiento raro, para emprender vuelo al menor signo de peligro. Pero lo que más admiro en esos instantes, es precisamente, la libertad de que gozan estos seres. Una libertad de la que los hombres NO hemos aprendido casi nada. Una libertad sin prejuicios. Una libertad de hacer lo que necesitan; ya sea beber agua, empollar sus huevos, hacer arrumacos con su pareja.
Y digo que no hemos aprendido los hombres de esa libertad porque nosotros siempre estamos condicionados. No somos como realmente somos, por el miedo, por el rencor, por la envidia, por el qué dirán, por el cómo me verán.
La libertad debería ser la más linda expresión del ser humano. La que nos demuestre tal cual somos y la que nos permita mostrarnos sin los "retoques" artificiales que nos hacen ver, generalmente, como nosotros deseamos que nos vean y no como realmente somos.
¿Qué entrevero de de palabras, verdad? Pero es quizás un subterfugio de escritor. Para que te detengas a leerlo mejor. Y eso te llevará a pensar...
La libertad debería llevarnos a ser la real y verdadera persona que somos y de esa manera encontrarnos cara a cara con la realidad de las otras personas a las que nos gustaría mirar, ver, entender y comprender tal como son y sin tener una duda si están "aparentando ser".
Dejemos salir de nuestro interior lo mejor de nosotros. No le pongamos el antifaz o la cara pintada del carnaval. Sintámonos felices de ser como somos, con lo lindo y lo no tan lindo, pero dando la seguridad que no nos domina la hipocresía de aparentar ser lo que no somos...


martes, 19 de febrero de 2013

 Hay un compromiso siempre latente cuando hablamos de patrimonio. Generalmente, lo mencionamos sin entender realmente qué cosa es patrimonio. O por lo menos, sin comprender cuánto tenemos que ver cada uno de nosotros en el patrimonio. Si nos referimos al patrimonio de nuestra ciudad, es enorme la lista de cosas, objetos, espacios, relatos, memorias, que forman parte de nuestro patrimonio social. De eso que nos hace dueños de determinada "identidad". Algo que nos hace ser y que nos reconozcan como tales, distintos a otros, cualesquiera que sean o donde quiera que vivan.
Lo más importante de todo es encontrar "la atadura" que tenemos cada uno de nosotros con ese patrimonio de la ciudad. tratar de bucear en el tiempo, en la historia de las cosas, para poder encontrar en ello la respuesta: todo lo que nos rodea nos pertenece porque hemos sido partícipes de su creación o de su conservación. Cada cosa tiene nuestro nombre, o el nombre de un abuelo o de algún pariente. El asunto es hallar esa mágica referencia y comenzar a "querer el patrimonio" de una manera especial.
Me surgen estas palabras porque pienso que los fraybentinos, los rionegrenses y en general los orientales, estamos en un trayecto que parece ser muy promisorio, al presentar nuestro gobierno nacional a través de la Comisión de Patrimonio Cultural de la nación, el PAISAJE CULTURAL E INDUSTRIAL FRAY BENTOS para que sea declarado (ojalá así sea!) por UNESCO como Patrimonio de la Humanidad.
Es hora que comencemos a acercarnos. A preguntar. A  interesarse . ¿Qué eso? ¿Cómo puede interesarme? ¿Cómo pùedo involucrame? ¿Qué lugar me corresponde a mí dentro de este plan?
Hay muchas preguntas si es que queremos hacérnoslas. Hay respuestas que nos las merecemos, pero si no nos interesamos, si no nos acercamos, no es posible que vengan a traernos las respuestas a casa.
En una ciudad pequeña, todos sabemos quienes somos y qué hacemos. El asunto es convertir la ciudad y todo su movimiento social y cultural es un gigantesco FACEBOOK. Un sistema de interacción, de interactuación, de inter relacionamiento, donde todos sepamos un poco más de los demás y nos sintamos parte de ello.

jueves, 12 de enero de 2012

CHAU "GAUCHO"... Se nos fue el muy querido "Gaucho" Terra. Nepomuceno. Un cabal representante de aquellos hombres que llegan a convertirse en un referente cultural, en un mojón de la cultura y en una demostración palpable de lo que puede hacer el amor hacia las cosas de nuestro terruño. Rasguñando las cuerdas de su guitarra y sacando desde adentro, desde lo más hondo de su alma el sentimiento de cariño hacia las cosas de su tierra, el "Gaucho" descerrajaba letras convertidas en canciones que se las entregaba a las aves del río Uruguay, su muy querido río, para que las pasearan de un lado al otro de sus costas.
San Javier, su amoroso pueblo, lo reconoció como uno de sus valores más puros y más entrañables. A cada paso su gente se encontraba con su afable presencia y él, dicharachero, con la amistad a flor de piel, se entregaba a todos.
Lo menos que podemos hacer es brindarle un reconocimiento, un homenaje. Y lo hacemos transcribiendo una de sus hermosas letras, que ya han pasado, junto con él, a ser parte de nuestro rico patrimonio cultural.

ASÍ LE CANTO AL LITORAL
(Aire del Litoral)
Letra y música: Nepomuceno Terra
(San Javier, Río Negro)


Yo vengo del hermoso litoral
Y canto con orgullo esta canción
Que me nace desde el fondo de la tierra
De los montes y las piedras del querido Río Uruguay.

El canto milenario del zorzal
Acuna el desarrollo del lugar
Avanzan mi país y la Argentina
En unión franca y divina de dos pueblos sin igual…

Estribillo

Por eso estoy tan orgulloso de venir de aquél lugar
Donde es pecado vegetar y no querer…
Y si no cree lo que digo, véngase
Y así también podrá cantar, como le canto al litoral.

El Puente de Fray Bentos-Puerto Unzué
Se yergue cual fantástica visión
Que uniendo a dos pueblos siempre hermanos
Se vuelven a dar la mano por el Paysandú-Colón.

Siguiendo, aguas arriba va a encontrar
A Salto y su represa sin igual,
Coloso que ha domado al Salto Grande
Con la fuerza avasallante de Argentina y Uruguay.

(Estribillo)

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Información, biografía, canciones que hemos puesto en mi sitio de recuperación patrimonial del Departanmento en https://sites.google.com/site/fraybentosfichaspatrimonio/terra-nepomuceno
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NOTA EN DIARIO "EL TELEGRAFO".
25/01/2011 | HOMENAJE A NEPOMUCENO TERRA.
Noche de emociones compartidas


“La Noche de Radar Musical”: “Dúo Alas Abiertas” y Joselo/Oscar Pina (guitarras), Ramiro Dalla Valle (guitarrón), Hugo, Zully y Nepomuceno Terra. Maestro de ceremonias: Ricardo Cattani Barcia. 24ª Fiesta de la Prensa de Diario EL TELEGRAFO. Auspició: Dirección de Cultura. Auditorio “Miguel A. Pías”, viernes 21.
Estuvimos muy emocionados junto a Palomeque y “Chichí” Vidiella, más aún al irrumpir en la sala Nepomuceno Terra y familia acompañados por José María Brunini, ovacionados de pie por el público. Se tradujo en las palabras de Cattani: “esta actividad es un clásico de la Fiesta de la Prensa, auspiciada por Dirección de Cultura representada en esta sala por la profesora María Julia Burgueño”.
Compartimos momentos significativamente emocionantes: el homenaje a Nepomuceno Terra, figura de la canción litoraleña, poeta, guitarrista, rionegrense de corazón sanjavierino, que con sus 76 años sigue pulsando las seis cuerdas, canta con voz firme, y ¡vaya si lo hace notablemente! Cantó junto a sus hijos Hugo y Zully. Fue homenajeado por la comuna rionegrense en 2008, en memorable velada en el Teatro “Miguel Young” de Fray Bentos. Ahora el “Gaucho” Terra recibió el reconocimiento de “Radar Musical”, diario EL TELEGRAFO y pueblo sanducero. Artífice de este “milagro” fue Brunini. Lo de “milagro” es real, Terra hace tiempo que no realiza recitales públicos.
Abrió la velada el dúo “Alas Abiertas”, integrado por Javier Galán y Jorge García. Demostraron veteranía y oficio. En la década del ’70 integraron grupos folclóricos notorios. Después de 30 años, al conjuro de esta convocatoria de Brunini y Terra se reúnen, y ellos piensan darle continuidad al binomio. Esta velada fue su “lanzamiento” como dúo. Cantaron con el soporte de los hermanos Pina en guitarras y Dalla Valle en guitarrón, pertenecientes al conjunto “Ivirapú”. El nombre “Alas Abiertas” fue idea de Brunini, inspirado por los versos del poeta sanducero y cantautor Mario Castro Vergara: “Y hacia el sol de la vida/ paloma/ mi nube clara/ cruzaremos el cielo, paloma/ por el mañana/ con las alas abiertas, paloma/ de mi guitarra”.
Entre canciones, anécdotas y bromas, García y Galán realizaron su actuación homenaje a Terra y Brunini, “defensores de nuestra identidad musical”. Interpretaron entre otras, “Río de Nácar” (Sampayo) poco difundida, “Cuando florezca la luna” (Oscar Pina), cerrando con “Dulce Uruguay” de Nepomuceno Terra.
Luego convocados al escenario Nepomuceno Terra y familia, recibió una plaqueta de manos de José María Brunini en nombre de Radar Musical/EL TELEGRAFO; Oscar Pina entregó un bouquet a la señora de Terra; García leyó un poema en homenaje a Terra, quien emocionado hasta las lágrimas agradeció estos reconocimientos. Luego cantaron individualmente Hugo y Zully Terra y luego lo hicieron junto a su padre.
Nepomuceno Terra, creador entre otras de “El silbo del tropero”, “Cuando dejo el pago”, “Si pudiera saber”, “Un canto a mi tierra”, “Para mi musa”, “Mi recuerdo del litoral” y “Romance al viejo tala”, cantó junto a los artistas invitados y Brunini su canción insignia, “Dulce Uruguay”, que a su vez forma parte del repertorio de más de un cantor uruguayo. Como lo señala Brunini: “Bienvenido amigo, gaucho. Estamos orgullosos de recibir a Nepomuceno Terra, sus hijos. También a su ‘compañera primera’, Gladys Iris, pues la segunda seguramente es la guitarra”.
Por todo lo acontecido: noche de emociones compartidas en una sala desbordante de público. José García Dantaz.



miércoles, 11 de enero de 2012

SON TRES Y NO DOS LOS TANQUES que llevaron el nombre de "FRAY BENTOS". Una investigación paciente y gran cantidad de aportes de los amigos que frecuentan los sitios de internet y los foros en que se discute e investiga todo lo relacionado a las acciones militares, dio como resultado la confirmación de que hubo un tanque de guerra en la Segunda Guerra Mundial que prosiguió con el honroso reconocimiento al "Fray Bentos I".

B.T. White publica esta foto en su libro "British Tank Markings and Names". En el subtitulado de la imagen se informa que este vehículo fue puesto fuera de acción en el desierto norafricano en 1941, cerca de la localidad de Sidi Resegh.  Los investigadores no dudan que, en efecto, este tanque correspondía al convoy TIGER , usado en BATTLEAXE en Junio de 1941.
Otros investigadores, afirman que este tanque puede haber pertenecido a 2os Húsares Reales Gloucester y no 6o RTR, ya que el Batallón 2o RGH usó como características les letras la F, la G y la escuadrilla de H.

La foto del tanque "Fray Bentos " (aparece clarito el nombre pintado en la carrocería), figura en este libro de historia cuyas fotos han sido acreditadas por uno de sus oficiales y el médico militar.

Se reafirma la investigación y se agrega un TERCER TANQUE al que pusieron el nombre de "Fray Bentos": El Tanque Fray Bentos I  (Nro2329) peleó en la 3ª.Batalla de Ypres en Agosto de 1917, donde estuvo bajo fuego enemigo durante 3 dias.No fue apresado por los alemanes porque esas tierras estuvieron con la presencia británica hasta mayo de 1918.

El Fray Bentos II, Nro.8019, fue capturado en noviembre 17 en Cambrai y fue llevado a Berlin donde fue presentado como trofeo de guerra en Berlin en la navidad de 1917.

Es una HISTORIA MAGNIFICA. La investigación que he desarrollado está publicada en :  http://www.scribd.com/doc/19590795/Dos-Tanques-llamados-Fray-Bentos

FRAY BENTOS: UNA CIUDAD… UNA MARCA.
Trabajo de investigación presentado a las XII JORNADAS DE PATRIMONIO INDUSTRIAL sobre “DISEÑO, IMAGEN Y CREATIVIDAD EN EL PATRIMONIO INDUSTRIAL”
30 DE SETIEMBRE – 2 DE OCTUBRE 2010, para el tema: “LA PUBLICIDAD Y LAS MARCAS”

AUTOR : RENE BORETTO OVALLE – FRAY BENTOS (Uruguay)

Cuando nos referimos a un producto y sobre todo cuando queremos implantarlo en un mercado, generalmente tendemos a darle importancia a algunos aspectos o características del mismo de manera que le creen en público consumidor una idea de calidad que termine siendo un factor decisorio en su fidelización.
Hay veces que es la materia prima que comunica su calidad al producto. Otras veces puede ser la calidad de su elaboración o nuevas técnicas que lo hagan diferente a la competencia. En fin, cuando se despierta la guerra para acceder a un sector del mercado, cada quien procura diferenciar lo que ofrece y hacerlo ver como único o destacable de lo demás.
Uno de los elementos que se usan con estos fines, es el nombre de procedencia. Según los autores  españoles Jesús Cambra Fierro y Antonio Villafuerte Martín de la Universidad Pablo de Olavide, la denominación de productos agroalimentarios con el nombre de su lugar de producción en la distribución y venta es una práctica tan antigua como la existencia de los mercados en los que se producían tales transacciones. Los autores aseveran que las designaciones geográficas más antiguas surgen con el vino y el aceite de oliva, dada la especial sensibilidad de la vid y del olivo ante pequeñas variaciones de los factores naturales, que son todos aquéllos que escapan a la influencia directa del hombre.
Es decir que cuando nos referimos a la asignación de un nombre o de una marca a un producto, estamos haciendo referencia a un patrimonio histórico muy rico, y es lógico afirmar que cuando nos encontramos con estos casos estamos enteramente inmersos en el patrimonio industrial y en los valores culturales que terminan siendo una parte esencial del producto a la hora de reconocerlo por el público consumidor.
No es difícil encontrar en la historia de las marcas o los nombres de algunos productos, un fenómeno muy especial y es aquel por el que el consumidor nombra un producto genérico con el de una marca determinada. El caso evidente de “Coca-Cola” cuando queremos referirnos a refrescos o gaseosas. O “Gillette” cuando deseamos hacer referencia a las hojas de afeitar, o NESTLE cuando nos referimos a leche condensada…
Cuando comencé a estudiar los aspectos históricos de la Compañía Liebig nacida en mi ciudad, Fray Bentos, en Uruguay, nunca pensé que iba a enfrentarme con el hecho de que esta empresa fue si no la primera, una de las innovadoras en establecer los cánones del marketing en el último tercio del siglo XIX. Cuando en la actualidad leemos a avanzados ideologistas de la temática del mercadeo como lo es Philip Kotler, pudiéramos pensar que el manejo de las marcas en cuanto es una interrelación íntima producto-consumidor, es algo totalmente nuevo, moderno, recién inventado. Nada tan alejado de la verdad porque cuando la Liebig´s comenzó a fabricar industrialmente el extracto de carne en el puerto sudamericano de Fray Bentos, lo hizo desarrollando un verdadero programa de promoción, difusión y ubicación en los mercados de todos y cada uno de los productos agroalimentarios que podían convertirse en una operación comercial exitosa.
 Por otro lado, habiendo sido la introductora de la tecnología industrial del siglo XIX al Río de la Plata, la Compañía Liebig no solamente se conformó con innovar en trasladar los principales elementos nutritivos de la carne diez mil kilómetros desde América hasta Europa, sino que también participó desde el punto de vista de la comercialización de los recursos alimenticios, del principio de lo que hoy llamamos “globalización”. A partir de la obtención de la materia prima básica, estructuró un gigantesco sistema que involucró el cambio en el manejo de la tierra; la calidad obtenida mediante la química para especializar los tipos de pasturas y también las razas bovinas más convenientes; el transporte desde y hacia los centros de producción; la profesionalización del comercio y noveles formas de entrega del producto final al consumidor.
Pero, nuestra comunicación se basa en la íntima relación que comenzó a existir entre la calidad de los productos elaborados en Fray Bentos y el nombre propio de la ciudad, que finalmente se impuso como marca preferida y hasta hoy día, más de 110 años después, continúa siendo líder en el mercado británico y en otros del mundo occidental. Nos es difícil saber si con nuestra investigación estamos manejando la historia de la alimentación o la investigación del fenómeno del marketing, porque no se puede desconocer que nos sentimos entusiasmados por la idea de asignar a la Compañía Liebig ser la responsable de aplicar estos conceptos que hoy día son tan comunes, como “Denominación de Orígen” o “Indicaciones Geográficas”, para convertir el nombre de la región de abastecimiento, producción, procesamiento y elaboración de los productos en un fuerte indicador de calidad para convencer a los consumidores.
Pero vayamos brevemente a conocer a dónde se basa la designación geográfica de un producto que se ha mantenido por casi 150 años en el mercado de la alimentación de nuestra civilización occidental.
FRAY BENTOS origina su nombre, al parecer, en un viejo frayle probablemente portugués que vivió en una cueva de las barrancas que caracterizan los últimos kilómetros del río Uruguay, en Sudamérica. Sea una leyenda o no, lo cierto es que su nombre fue adoptado por una población fundada doscientos años después de las misteriosas andanzas de este religioso que trataba de catequizar los indígenas de la región. En efecto. En 1859, nació una ciudad portuaria muy favorecida por la geografía del río ancho y profundo, con varios puertos naturales que permitían la salida de los productos de exportación regionales.
Estamos hablando de mediados del siglo XIX cuando el Rio Uruguay era un importante recurso para ingresar tecnología a la zona y salir con carne y cereales, especialmente hacia Europa.

La región del “bajo Río Uruguay” donde se enclava Fray Bentos, apenas 95 km.
antes de la desembocadura en el Río de la Plata.
Fray Bentos fue el sitio elegido por el ingeniero alemán Georg Giebert para desarrollar un proyecto muy visionario, por el cual esperaba convertir millones  de vacunos en un extracto de carne que, inventado por el famoso químico Justus von Liebig, necesitaba de esta materia prima. Allí instaló en 1863 lo que sería la famosísima Liebig´s Extract of Meat Company.
Fray Bentos era el centro geográfico de una región muy amplia, con muchos campos feraces y montes ribereños donde crecían por millares los vacunos y donde se instalaron las principales estancias de europeos que comerciaban los llamados “frutos del país”.
Cuando la producción del extracto de carne de Liebig comenzó a fluir hacia Europa, la distribuyeron en pequeños recipientes de cerámica con una etiqueta que decía: “Hecho en nuestro Establecimiento de Fray Bentos, Sudamérica”. Bastó que la aceptación del producto cundiera por doquier en Europa, para que los consumidores comenzaran a asociar esa calidad con el nombre de la lejana región americana de donde procedía.
Aumentó la percepción de los consumidores, el hecho del orgullo con que la Liebig Company difundiera que su producto estaba originado en las mejores pulpas de los vacunos sudamericanos. No dudó el autor Julio Verne en elegir como primer desayuno de sus astronautas cuando llegaron a la luna , un sabroso y caliente caldo hecho con el extracto de carne Liebig, en su famosa novela “Au detour de la Lune”. Tampoco dejó de mencionarse con satisfacción que procedía de Fray Bentos el extracto que usaron Stanley cuando fue a rescatar a Livingstone al centro de Africa, Alock y Brown cuando cruzaron en avión el Atlántico, Scott en su expedición a la Antártida o Baden-Powell cuando defendió la ciudad de Mafeking contra los campesinos bóers…
Henry Morton Stanley alimenta con caldo de carne Liebig (ver recipiente abajo), a uno de
sus porteadores africanos, en medio de la selva.

Cuando con el extracto de carne mezclado con harina de carne inventaron los cubitos o calditos y lo consumieron los soldados en la Primera Guerra Mundial, según recogen tres importantes Universidades en sus investigaciones, cuando se deseaba decir que algo estaba muy bien, se decía: “fribentos”… tal como hoy día utilizamos el “OK”…
Los visionarios hombres que manejaban los negocios de la Compañía Liebig no tardaron en darse cuenta de qué manera se había introducido este nombre de “Fray Bentos” en la gente y lo utilizaron de inmediato como una marca. Decimos en nuestras investigaciones que en ese momento, tan lejano como el año1879, ya se alcanzó a comprender lo que hoy día se menciona como “valor de marca” y se la pusieron a la conserva enlatada o corned beef que no faltaba entre las vituallas de los soldados en batalla.
Cuando una tripulación de nueve hombres pudo elegir el sobrenombre para uno de los primeros cinco tanques de guerra británicos que irían a luchar a la frontera entre Francia y Bélgica, en 1917, denominaron “Fray Bentos” a su unidad, porque decían sentirse dentro de ella como carne enlatada de la que comían todos los días!
“Las percepciones de calidad superior son las que determinan sin duda un efecto más directo y palpable sobre el valor percibido por el consumidor y, por consiguiente, en su confianza” según dicen actualmente los autores Agrawal y Kamakura. La Compañía Liebig otorgó gran cantidad de información sobre los lugares donde se obtenía la materia prima, enseñando las estancias, los grandes campos, los animales y el mismo establecimiento de Fray Bentos y posteriormente a 1902 el que construyeron en Colón, Argentina. Así, el consumidor desarrolló una serie de asociaciones relacionadas con el lugar de procedencia del producto, transformando la imagen de la marca, dotándola de jerarquía, calidad e inigualable confianza de lo que se le ofrecía dentro de esas latas.
Conceptos e ideas actualmente manejados en marketing y cuyo uso no tiene más de veinte años, ya habían sido introducidos, explotados y aprovechados por la Liebig Company para sembrar sus producciones por la mayor parte de los países del mundo occidental. Lealtad de Marca,  Notoriedad de Marca, Calidad Percibida y Asociaciones de Marca, fueron conceptos tan vigentes en aquellos lejanos años de finales del siglo XIX como lo son hoy.
No obstante, no queremos dejar de lado la importancia de los valores puramente humanos como lo son las actitudes y sentimientos de los consumidores respecto al producto lo que lo hace recordar y fidelizarse hacia la marca. En este aspecto, los tiempos que corrían cuando comenzó a venderse el producto en Europa, jugaron mucho a su favor. La llamada Gran Guerra y la Segunda Guerra Mundial, fueron escenarios donde la carne enlatada de marca Fray Bentos estaba en todos los sitios: desde las trincheras en las mochilas de los soldados hasta en las mesas de los civiles en los países donde la guerra les impedía hacer producir sus campos.
Es increíble pero podemos tomar anécdotas como referencia para reafirmarnos en esta idea. Y no necesariamente tan alejadas en el tiempo. Hace poco tiempo, un Embajador Británico en mi país, visitando el Museo de la Revolución Industrial donde conservamos la historia de este proceso, nos decía que cuando era pequeño, en Londres, durante los días de guerra con Alemania, el abrir una lata de corned beef estaba rodeado de todo un ceremonial, donde se reunía la familia en torno a la mesa y la lata no se abría hasta que estaban todos presentes.
Hace muy poco tiempo, un ingeniero británico que tuvo que ir a trabajar a mi ciudad Fray Bentos, por la construcción de una planta de pasta de celulosa, le dijo a su madre a dónde iba. “Oh, Dios mío… que Fray Bentos te haga tan feliz como me hizo a mí”, le dijo la mamá. ¿Cómo, si tú nunca estuviste allí?... No, le contestó la madre, pero en la guerra, cuando los ataques aéreos nazis contra Londres, cada vez que sonaba la sirena debíamos correr hacia los refugios. Podíamos olvidarnos de cualquier cosa, pero nunca de la latita de corned beef Fray Bentos que apretábamos contra nuestro pecho…”
Está resultando actualmente una gran sorpresa, sobre todo para los británicos, saber que ese “Fray Bentos” que es comido al menos una vez cada quince días de promedio por más de 47 millones de personas en Gran Bretaña, es el nombre de una ciudad que aún existe. Escribió alguien este comentario en Internet: “Hace relativamente poco que descubrí que Fray Bentos no fue nombrado debido a un par de genios culinarios que yo había supuesto eran los señores Fray y Bentos, sino, amable lector, es en realidad una pequeña ciudad de 25.000 habitantes en el suroeste de Uruguay, junto a la frontera argentina.”
Nosotros, en nuestro Museo de la Revolución Industrial, construido con el patrimonio de la Liebig Company y su sucesor el frigorífico ANGLO, somos quienes recibimos a esos asombrados turistas europeos que visitan la ciudad llamados por el paradigmático nombre de Fray Bentos. “Pensar que “Fray Bentos” fue lo primero que le dí de comer a mi marido…. Y hoy estamos juntos viendo dónde se inició todo eso…”, escribió una señora en nuestro Libro de Visitantes.

Ejemplo de producto actual en el mercado británico. Los “pies” (pasteles) son los que ocupan la mayor preferencia.

Desde la creación de la marca Fray Bentos, en 1899, se ha sucedido un periplo a través de distintas firmas que por acción de la propia dinámica comercial, se fue sucediendo a través del tiempo. En 1968 se unió con Brook Bond Company y en 1984 fue propiedad de Unipath Limited. En 1990 pasó la marca a propiedad de Campbell Soups y desde el 2006 es propiedad de Premier Foods de Inglaterra, que invirtió nada más ni nada menos que £ 690m. en la gigantesca transacción que la puso en poder del gran negocio de la alimentación. Sus negocios tienen una facturación de más de £ 282 000 000 por año, por lo que es la empresa de alimentos más grande en Europa. La empresa volvió a darle favoritismo a la marca Fray Bentos y renombró algunos productos con ese nombre. No en vano, actualmente, el 94,6% de los pasteles de carne y conservas y el 18,1% de las carnes enlatadas proceden de Premier Foods y los pasteles FRAY BENTOS siguen siendo el mejor jugador del equipo…
Hoy día, la ciudad de Fray Bentos es la capital del Departamento de Río Negro y continúa recogiendo los efectos de la gran valoración de su geografía, donde los puertos son convocantes efectivos para los inversores.  Utilizando exactamente las mismas pautas que aplicó la Liebig Company hace 130 años, actualmente se ha radicado en la zona la multinacional United Pulp Mill (UPM) con la planta de pasta de celulosa más moderna y de la mejor tecnología mundial.

BIBLIOGRAFIA

BORETTO, Rene. “Historiografía de la Ciudad de Fray Bentos”. Fray Bentos, 2000.
BORETTO, René y OLVEIRAS, Armando. “Carne de Cañón” (Comunicación en el VII Jornadas Internacionales de Patrimonio Industrial. Gijón, España, 2005).
BORETTO, Rene y BURGUEÑO María Julia. “Los paisajes y el patrimonio agroalimentario. Usos del territorio. El ejemplo del Bajo Río Uruguay” (Comunicación en X Jornadas Internacionales del Patrimonio Industrial Agroalimentario. Gijón, octubre 2008) y en “Patrimonio Industrial Agroalimentario, Testimonios cotidianos del diálogo intercultural” INCUNA, Colección Los Ojos de la Memoria” (2009).
BORETTO, Rene y BURGUEÑO María Julia. “La riqueza patrimonial de la industria de la carne en el Corredor Binacional del Río Uruguay”. (Comunicación en el II Seminario Internacional sobre Patrimonio Industrial de la Agroalimentación, Córdoba, Argentina. Nov. 2009).
JUDEL, Klaus. “Die Geschichte con Liebig Fleischextrakt”. (Spiegel der
Forschung – 20.Jg. Nr.1 (Oct. 2003).
MAAR, Juergen Heinrich - “Aspectos históricos de la enseñaza de la química” – (Scientle studia. S.Paulo, Brasil. 2004)
MUIR, John. “The Hetch Hetchy Valley” (Boston Weekly Transcript, 1873)
ORTEA, Arq. Adriana – “La Liebig - El trabajo de la Carne” (Colón, Argentina, 2009).

CASABLANCA - LA CASA DE LOS CUATRO VIENTOS.

Aquellos que ansían futuros que no serán con sus plantas pisados,
disparan  sus sueños para que vayan a clavarse en otros tiempos.
Saetas lentas, porque van cargadas de esperanzas.
Saetas ardientes, porque donde caen encienden fuegos.
Saetas preñadas, que al caer engendran otros sueños.

Por ello veo, en esta casa,  una flecha que trasponiendo décadas
aún viaja. Acuna los misterios que a nadie niega, pero los resguarda para los que la habitarán mañana. Amamanta niños y consuela viejos. Cría, alimenta y mata sueños que son nada en sus doscientos años.

Nació en el promontorio esbelta,  alta y desafiante. Cual faro resaltando en la bruma de los montes, del orgulloso río se hizo compañera, ora mirándose en sus aguas cuando mansamente a sus pies pasa, ora desafiándole y poniéndole el pecho cuando se desmadra y roe sus cimientos con la correntada.

Alentó a los hombres a que la miraran desde el pie de la barranca o que la otearan de lejos desde sus veleros y balandras y les señaló certera el sitio privilegiado donde nació Casablanca.

Alguien la llamó “de los cuatro vientos” y ella misma, se vanagloria que por sus entrañas pasan los años, los hombres y los tiempos, derrochando ilusiones, pasiones y retos. De esos retos que se hacen los corazones impetuosos que levantan piedras, construyen  y con mucho más que sangre alimentan sueños.

Vengan de donde vengan, la visitan los vientos: suaves del norte, anunciando mal tiempo; ráfagas heladas carcomiendo huesos y hasta las tenues brisas que rizan las aguas del omnipresente río.

Casablanca, eterno vigía, se despereza cada mañana con el sol que el oriente le promete día a día y recibe los consejos de la luz cansina que se despide detrás de la isla, para soportar la oscuridad y los ruidos que reinan a la noche.

Dios marcó el punto donde  caería esa flecha. No ha habido errores en las dos centurias que vienen pasando, engarzando con esmero el río, el puerto y el saladero. Artífices los hombres con sus visiones. Pero también obra de arte la naturaleza donde creció Casablanca.

Casablanca, Casablanca. Paterna mirada sobre el pueblo quieto. Rezongos de máquinas y mugidos trémulos acompañan a las vacas que tras marronazo certero el brillo del naife libera sus sangres que abonan la vida corriendo hacia el río.

(Rene Boretto - Dic. 2009)